¿Por qué sigue lloviendo... bombas?

martes, 13 de enero de 2009


(...) Cuando aparecieron las grandes máquinas, se pensó, lógicamente, que cada vez haría menos falta la servidumbre del trabajo y que esto contribuiría en gran medida a suprimir las desigualdades en la condición humana. Si las máquinas eran empleadas deliberadamente con esa finalidad, entonces el hambre, la suciedad, el analfabetismo, las enfermedades y el cansancio serían necesariamente eliminados al cabo de de unas cuantas generaciones. Y, en realidad, sin ser empleada con esa finalidad, sino sólo por un proceso automático -produciendo riqueza que no había mas remedio que distribuir-, la máquina elevo efectivamente el nivel de vida de las gentes que vivían a mediados de siglo. Estas gentes vivían muchísimo mejor que las de fines del siglo XIX. Pero también resultó claro que un aumento de bienestar tan extraordinario amenaza con la destrucción - era ya, en sí mismo, la destrucción- de una sociedad jerárquica. En un mundo en que todos trabajaran pocas horas, tuvieran bastante que comer, vivieran en casas cómodas e higiénicas, con cuarto de baño, calefacción y refrigeración, y poseyera cada uno un auto o quizás un aeroplano, habría desaparecido la forma más obvia e hiriente de desigualdad. Si la riqueza llegaba a generalizarse, no serviría para distinguir a nadie. Sin duda, era posible imaginarse una sociedad en que la riqueza, en el sentido de posesiones y lujos personales, fuera equitativamente distribuida mientras que el poder siguiera en manos de una minoría, de una pequeña casta privilegiada. Pero, en la práctica, semejante sociedad no podría conservarse estable, porque que si todos disfrutasen por igual del lujo y del ocio, la gran masa de seres humanos, a quienes la pobreza suele imbecilizar, aprenderían muchas cosas y empezarían a pensar por sí mismos; y si empezaban a reflexionar se darían cuenta más pronto o más tarde que la minoría privilegiada no tenía derecho alguno a imponerse a los demás y acabaría barriéndoles. A la larga, una sociedad jerárquica sólo sería posible en la ignorancia y en la pobreza. Regresar al pasado agrícola - como querían algunos pensadores de principio de este siglo- no era una solución práctica, puesto que estaría en contra de la tendencia a la mecanización, que se había hecho casi instintiva en el mundo entero, y, además cualquier país que permaneciera atrasado industrialmente sería inútil en un sentido militar y caería antes o después bajo el dominio de un enemigo bien armado. Tampoco era una buena solución mantener la pobreza de las masas restringiendo la producción. Esto se practicó en gran medida entre 1920 y 1940. Muchos países dejaron que su economía se anquilosara. Se renovaban el material indispensable para la buena marcha de las industrias, quedaban sin cultivar las tierras, y grandes masas de población, sin tener en que trabajar, vivían de la caridad del Estado. Pero también esto implicaba una debilidad mental, y como las privaciones que inflingían eran innecesarias, despertaba inevitablemente una gran oposición. El problema era mantener en marcha las ruedas de la industria sin aumentar la riqueza real del mundo. Los bienes habrían de ser producidos pero no distribuidos. Y, en la práctica, la única manera de lograr esto era la guerra continua. El acto esencial de la guerra es la producción, no forzosamente de vidas humanas, sino de los productos del trabajo. La guerra es una manera de pulverizar o de hundir en el fondo del mar los materiales que en la paz constante podrían emplearse para que las masas gozaran de excesiva comodidad y , con ello, se hicieran a la larga demasiado inteligentes. Aunque las armas no se destruyeran, su fabricación no deja de ser un método conveniente de gastar trabajo sin producir nada que pueda ser consumido (...)

Fragmento, "1984" (1949) George Orwell.

"¿Cuánto cuesta la vida del ser humano?", preguntó el entrevistador. El joven mexicano de aproximadamente 25 años, inteligentemente y sin vacilar le respondió: "y.. en realidad depende, no cuesta lo mismo una vida humana mexicana, africana... por ejemplo, en el Líbano: cuando cae un misil y mata a varios niños, su vida pasa a costar lo que cuesta el misil dividido la cantidad de niños muertos... eso es lo que cuestan esas vidas humanas". Esta es la manera en que algunos perciben el mundo, como lo muestra el documental mexicano "Y tu cuanto cuestas?". Algo no anda bien. En el 2008 se gastaron 850.000 millones de euros (declarados...) en armamento militar, unas 190 veces más de lo necesario para terminar con el hambre en el mundo. En el primer lugar de la lista se ubica Estados Unid... Se dieron cuenta de algo? Estamos tan bien adiestrados a consumir estas noticias, que lo leemos con el mismo interés y atención que cuando pasan los números del Loto en Crónica. CIENTO NOVENTA VECES lo NECESARIO para TERMINAR CON EL HAMBRE mundial. Entonces a partir de esto uno se pregunta: ¿pero cual es el fin de las guerras?. Seguramente, y para no herir el honor de los millones de guerreros que derramaron su sangre por su digna causa a lo largo de la historia, podemos decir que la guerra no fue siempre igual. No sólo en su manera de realizarse, ya que eso es realmente lo de menor importancia y tan sólo colabora en la facilidad de matar más gente de un sólo ataque, sino en los fines de la misma. Desde la ficción imaginada por Orwell en "1984", el protagonista Winston, lee clandestinamente el libro prohibido del enemigo político del partido: Emmanuel Goldstein. En él los secretos mejor guardados del mundo salen a la luz, y nos llega a nosotros como un reflejo en el tiempo, como una proyección profetizadora, y es la mejor interpretación de lo que sucede en nuestro mundo de hoy. La visión Maquiaveliana del Estado, en donde la fortaleza del mismo se basa en la fortaleza militar, sigue vigente. El cóctel del accionar imperial se complejiza y requiera sincronía en sus movimientos: un gran (y costoso) ejército, tecnología militar, recursos para financiarla (petróleo y drogas), Estados debilitados económica, política y socialmente (como el nuestro por ej), y, por supuesto vigorosos jóvenes insensibilizados que permanecen, sin saberlo, como ejércitos de reserva. Todo se entremezcla de manera confusa: en las grandes corporaciones económicas resuenan los mismos nombres, las mismas "castas" familiares de siempre. Personajes de representación ciudadana¿? partícipes a su vez de negocios billonarios: pétroleras, armamentistas, medicamentos, y en la clandestinidad, drogas y más armamento. Claro que no es casualidad. La hoguera del trabajo humano sigue funcionando, sigue ganando adeptos. Si no bastaban las vidas de los niños muertos por inanición en África, Oriente y Latinoamérica, tenemos también los cuerpos desgarrados por las bombas racimo en el Líbano, las vidas mutiladas por siempre, física y mentalmente. El mundo espectador, mira: algunos aplauden otros silban, pero todos miran. El poder del grito popular, de la más profunda conciencia colectiva humana, es un grito sordo. Los muros del poder parecería no hacer efectiva semejante onda de energía. Y las bombas siguen lloviendo, como gotas que dejan charcos rojos. El trabajo que todos los días realizamos termina hoy, en forma de proyectil en otro cuerpo humano, mientras no entendemos como y porqué tenemos hambre y vivimos infelices. Pero como bien "dijo" el ficticio revolucionario Goldstein: la pobreza imbeciliza y la sociedad jerárquica requiere que no entendamos cual es su naturaleza, o yo diría nuestra libertad. El balance que hoy arroja la globalización es alentador... para los globalizadores. Ya no existen Estados soberanos, los medios masivos continúan cumpliendo su rol funcional, los jovénes cada vez se abstraen más de la realidad mientras que se inmersan más en los mundos irreales de la red, los juegos y las drogas; las sociedades se van preparando, unificando su cultura globalmente; los recursos naturales propiedad de nadie, y de toda la humanidad, siguen repartiéndose como cuotas de poder infinito en unas pocas manos, de seres sin forma humanoide. Lo individual le ha ganado la batalla a lo colectivo, la indiferencia al interés, la estupidez a lo racional, la desigualdad a la libertad, la guerra a la paz. Sólo queda que la realidad sea tan alterada, tan extrapolada, que nuestras palabras y pensamientos se comploten para que creamos lo que los habitantes del continente descrito en "1984", habían sidos inducidos a creer:

"LA GUERRA ES LA PAZ"*,
"LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD"
"LA IGNORANCIA ES LA FUERZA"

,se enunciaban como la verdad absoluta, tan absoluta como decir (afortunadamente, "todavía hoy") que 2+2=4.

* Para corroborar:
"Sólo quiero que sepan que cuando hablamos de guerra, en realidad estamos hablando de paz" George W. Bush (Washington, 18 de junio de 2002). Fuente.